Lupercales

Fiestas lupercales, óleo sobre lienzo de Andrea Camassei. (1635).
Círculo de Adam Elsheimerː Cupido y personificaciones de la fertilidad encuentran a los Luperci disfrazados de perros y de cabras.

En la Antigua Roma, las fiestas lupercales, también llamadas simplemente lupercales o incluso lupercalia (en latín: Lupercalia), se celebraban ante diem XV Kalendas Martias, lo que equivale al 15 de febrero. Su nombre deriva supuestamente de lupus, por el lobo, animal que representa al dios Fauno, que tomó el sobrenombre de Luperco, y de hircus, por el macho cabrío, un animal impuro.

Cada año, se elegía de entre los miembros más ilustres de la ciudad, a una congregación especial de sacerdotes, los Lupercos o Luperci o Sodales Luperci, es decir, "amigos del lobo". Debían ser en su origen adolescentes que durante el tiempo de su iniciación en la edad adulta sobrevivían de la caza y el merodeo en el bosque. Era por aquel entonces un tiempo sagrado y transitorio en que se comportaban como lobos humanos. Se reunían el 14 de febrero en la recién encontrada gruta, más tarde llamada Ruminal, en honor a Rómulo y Remo, del monte Palatino, la colina central en donde, según la tradición, se fundó Roma.[1]​ Según la tradición, fue en este lugar donde Fauno Luperco, tomando la forma de una loba, Luperca, había amamantado a los gemelos Rómulo y Remo, y en cuyo honor se hacía la fiesta. También cuenta la tradición que allí había una higuera cuyas raíces habían detenido la cesta en cuyo interior se encontraban los gemelos Rómulo y Remo.[2]

Bajo la sombra de esta venerable higuera, llamada Ruminalis, comenzaba la fiesta con una ceremonia oficiada por un sacerdote en la que se inmolaba una cabra.[3]​ Después ese mismo sacerdote tocaba la frente de los luperci con el cuchillo teñido con la sangre del sacrificio y a continuación borraba la mancha con un mechón de lana impregnada en leche de cabra. Este era el momento en que los lupercos prorrumpían en una carcajada ritual.[4]​ A continuación, se formaba una procesión con los lupercos desnudos que llevaban unas tiras o correas hechas con la piel de la cabra recién inmolada y con ellas azotaban manos y espaldas de las mujeres que encontraban en el camino dispuestas a ser parte de la ceremonia; era el ritual para la fecundidad.[5]​ Se consideraba además que esto era un acto de purificación, la así denominada februatio.[5]

  1. Livy, Ab urbe condita 1.5
  2. Guillén, 1994, p. 200.
  3. Guillén, 1994, p. 23.
  4. Guillén, 1994, p. 200 y 201, ver Cf nota 334.
  5. a b Guillén, 1994, p. 115.

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