El pueblo italiano es un grupo étnico de la Europa meridional y latina. Después de la constitución moderna de un propio Estado nacional unificado, el Reino de Italia (1861), la locución ha pasado a designar, además de a todos los ciudadanos italianos, también a los extranjeros naturalizados que han adoptado el estilo de vida, el idioma, la cultura y los valores propios de la población autóctona. Su idioma es el italiano, lengua materna del 95 % de la población residente,[20] hablado a menudo conjuntamente con uno de sus numerosos dialectos o, afuera del centro de Italia, junto con uno de los varios idiomas regionales autóctonos,[nota 1] y su religión mayoritaria es la católica, siendo su país sede de la Iglesia católica.[21]
Estrechamente vinculados a la nación italiana son los naturales de San Marino, de etnia, lengua y cultura italianas, y las comunidades históricas de etnia italiana, reconocidas oficialmente como tales, presentes en el sur de Suiza (en la que es conocida como Suiza italiana, comprende todo el Cantón del Tesino y partes del Cantón de los Grisones), Croacia y Eslovenia (en Suiza el italiano también es una de las tres lenguas oficiales del Estado, en Croacia es cooficial en la región del Condado de Istria y en Eslovenia en la región del Litoral esloveno). Por lo que se refiere al gran número de descendientes de italianos esparcidos por el mundo se tiende a considerar italianos a todos aquellos que han conservado la cultura, las tradiciones, la religión y, sobre todo, la lengua de sus antepasados. Las colonias de oriundos italianos más consistentes se encuentran en América, también en Australia y Europa y, en menor medida, en África y Asia.
Italia fue, durante la Antigüedad, la cuna de la civilización romana, que sigue hermanando en la actualidad la población italiana con todas las naciones de expresión neolatina (cuyos idiomas se conocen también como lenguas itálicas) y herederas de Roma antigua, cuyo Imperio representó, junto con la democracia ateniense, el punto culminante de la civilización occidental antigua.[22] Roma logró unificar Italia durante varios siglos,[23] pero tras la caída del Imperio romano de Occidente, los italianos, como otros pueblos europeos, tuvieron que sufrir una larga serie de invasiones y dominaciones extranjeras.
A pesar de una historia tan atormentada, supieron sin embargo desarrollar, a partir del año 1000, una civilización urbana refinada y próspera, basada en el comercio, que alcanzó su apogeo en el siglo XIII[24] (momento en el que destacan las Repúblicas marítimas italianas, como las de Amalfi, Génova, Pisa y Venecia) confluyendo, en el siglo XIV, en otra civilización autóctona en formación conocida como Renacimiento (o sea renacimiento de la Antigüedad clásica).[25] El Renacimiento, a su vez, produjo el Manierismo, movimiento artístico determinante para el nacimiento del Barroco, que tuvo origen en la ciudad de Roma durante la última década del siglo XVI. Todas esas civilizaciones y movimientos nacidos en Italia se internacionalizaron, dando un fuerte impulso al desarrollo cultural y material del mundo occidental.
Los altos niveles económico y cultural del pueblo italiano, que se prolongaron hasta las primeras décadas del siglo XVII, fue pero acompañado por una debilidad política y militar crónicas, originadas por la fragmentación de su tierra de origen en varios Estados (a veces estructurados también como ciudades-Estado), sobre los cuales ejercieron directa o indirectamente su dominio político, durante períodos más o menos largos y según modalidades distintas, muchas de las potencias que se sucedieron en el escenario europeo, como el Imperio bizantino, el Sacro Imperio Romano Germánico, el Imperio español, el Primer Imperio francés y el de Austria. Solo un reducido grupo de Estados italianos lograron mantenerse siempre, o casi siempre, independientes: Venecia y Génova con sus respectivas repúblicas, el Ducado de Saboya, que durante el siglo XVIII se convirtió en Reino de Cerdeña, y el Estado Pontificio.
Siguiendo el destino de otros pueblos, como el alemán, el griego, y de gran parte de las etnias asentadas en la Europa oriental, el pueblo italiano pudo constituir un Estado nacional propio unificado, como ya hemos indicado, solo durante el siglo XIX, gracias a una serie de guerras de liberación y de unificación política pasadas a la historia con el nombre de Risorgimento (literalmente: «resurgimiento»).
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