En el ámbito de la teología, específicamente en el contexto del teísmo clásico, la doctrina de la simplicidad divina establece que Dios no posee partes. La idea general de la divina simplicidad se puede resumir en el siguiente concepto: el ser de Dios es idéntico a los atributos de Dios. En otras palabras, características tales como omnipresencia, bondad, verdad, eternidad, etc. son idénticas a su ser, no cualidades que conforman su ser. Tomás de Aquino considera central la doctrina de la simplicidad divina: “Si uno concede la simplicidad de Dios, entonces también tiene que conceder una gran cantidad de otros atributos divinos: inmaterialidad, eternidad, inmutabilidad, no tener potencialidades no realizadas, etc.”[1]
Durante la Edad Media “los teólogos, judíos, cristianos y musulmanes por igual, al desarrollar su doctrina de Dios, dieron una extraordinaria importancia al atributo de la simplicidad”, especialmente durante el apogeo de la escolástica, aunque los orígenes de la doctrina se remontan al pensamiento griego antiguo, encontrándose ya el concepto en Las Enéadas de Plotino.[1][2]
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